Pasan los días, pero se mantiene intacto el sentimiento. Sigo viendo la misma pureza en tu mirada que el día en que te conocí. No era tu mejor momento, pero detrás de las lágrimas de rabia pude percibir tu grito de auxilio. Era dura la expresión, pero profundizando hacia tu alma percibí la fragilidad de una chiquilla jugando a ser mayor.
Y aposté por ti, porque es un cuento eso de que las familias se forman con lazos de sangre. La familia es cuestión de amor, de respeto, de cobijo, de comprensión… Poco a poco fuiste haciéndote un hueco en nuestro corazón y las puertas de nuestra casa se abrieron para ti de par en par y siempre permanecerán abiertas.
Hemos recibido mucho de ti, más de lo que te hemos ofrecido. Una sonrisa tuya compensa cualquier momento duro y tus abrazos son el mejor pago a cualquier esfuerzo.
Te has ido y has venido más de una vez, pero nada ha cambiado.
Hemos respetado tus tiempos y comprendido tus conflictos internos. Gracias a esto hemos aprendido a amar de una forma incondicional y generosa.
Eres una gran ola a merced de un mar embravecido. A veces ruges, otras emites música. En ocasiones tomas altura y otras vas a ras del suelo. En tu vaivén, vienes y vas, te alejas y te acercas… Pero siempre nos encontrarás. Nosotros seremos la arena en la que poder refugiarte y dejarte abrazar.